abril 17, 2005

CUANDO LA COMIDA LLENA LAS EMOCIONES

El comer nunca ha sido ni será un simple proceso para satisfacer físicamente el hambre. La realidad es que no solamente comemos cuando nuestro estomago empieza a crujir, sino también para satisfacer los antojos –“apetito”- y para manejar emociones.
Desde el momento en que los padres usan una galleta o dulce para calmar y consentir a los niños, la comida toma otro sentido y se vuelve una forma de alimentar tanto el cuerpo como el alma. Desde que somos chiquitos aprendemos que la comida es sinónimo de festejo, familia, tranquilidad, diversión y de quitar el aburrimiento y, posteriormente vamos aprendiendo que la comida “ayuda” en casos de depresión o tristeza o en los momentos que nuestras emociones están en la cuerda floja.
El usar la comida de esta manera es un comportamiento común; el premiarse con un chocolate cuando hicimos un logro o terminamos un trabajo, el tomar una cerveza o una copa de vino cuando estamos con los amigos o el estar picando comida cuando estamos en exámenes, son prácticas comunes.
Sin embargo, es muy probable que la mayoría de nosotros sigamos usando la comida para llenar los huecos emocionales –cuando estamos nerviosos o tenemos un dolor emocional- y esto se vuelve un serio problema cuando empezamos a cambiar nuestros hábitos saludables y nutritivos por hábitos creados por impulsos emocionales, lo cual provoca que empecemos a subir de peso de forma incontrolable.
El éxito para lograr mantener un peso saludable consiste en desarrollar una nueva percepción a cerca de nuestras emociones, sobre situaciones sociales y la comida. Lo primero que debemos hacer es reconocer que el “comer en exceso” quizás nos haya servido anteriormente para sobrellevar situaciones estresantes, pero ahora debemos aprender a saber manejar las emociones con otra cosa que no sea la comida.
En segundo lugar es importante reconocer la diferencia entre hambre física y hambre emocional -tal como vimos en el articulo de la semana pasada- ya que la mayoría de nosotros confundimos las molestias físicas de estar triste, enojado o nervioso con la necesidad de comer. Puede haber la posibilidad de que todo el tiempo “sintamos hambre” porque ya hemos estado acostumbrados –o condicionados- a tapar las emociones con la comida.
¿Como podemos separar la conexión entre las emociones y la comida? Una forma útil y efectiva es llevar un “diario de alimentos” que nos ayude a identificar las situaciones que activan las emociones; lo más recomendable es llevar un diario durante una semana, para registrar lo que comes, cuando y donde lo comes, además de incluir cómo te sientes mientras comías. También resulta útil preguntarse ¿qué paso hoy en particular que me hiciera sentir así? Si te sientes triste o enojado por algo, trata de analizar por qué paso esto y si es posible resolverlo sin antes recurrir a la comida. Después de varios días -y algo de práctica- es muy probable que encuentres varios patrones que interpreten esas emociones que te llevan a querer devorar la alacena cada vez que te sientes así.
Una vez que hayas descubierto uno o varios patrones que desencadenen las emociones, trata de encontrar una alternativa a solucionar esto para no caer en la comida. Por ejemplo, si descubres que cuando más ansiedad te da son los domingos por la tarde justo antes de regresar al trabajo y pensar en el estrés que te espera, trata de desconectar tu mente y hacer alguna otra actividad antes que querer terminar con todo lo que hay en el refrigerador. Si eres de las personas que se desatan con la comida cuando están solos, sería bueno buscar una actividad para estar con gente y evitar esos momentos de soledad que te llevan a atascarte de comida; toma alguna clase o metete a un gimnasio, mientras más acompañado y distraído te mantengas menos vas a recurrir a la comida. Es importante tratar de manejar directamente el enojo o la ansiedad, para que no continúe la rutina de tapar los sentimientos con la comida. Es completamente entendible que esto no es fácil de hacer y muchas veces se necesita de ayuda, por lo que siempre puedes acudir a un amigo o un familiar o incluso con un terapeuta.
Sin importar qué sea lo que dispara esas emociones es importante tratar de cambiar nuestra alimentación y lograr hacer mejores decisiones en cuanto a lo que comemos, hay que recordar que el ejercicio también ayuda a disminuir el estrés y a distraernos. Lo más importante es estar más en contacto con nuestra mente para ver si realmente es hambre o solo quieremos llenar esos huecos emocionales, porque les tengo una mala noticia, esa “hambre” nunca se va a saciar y más bien tenemos que buscar otras soluciones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

De alguna manera todos sabemos o intuimos que nuestra comida está relacionada con nuestro estado de ánimo. Increiblemente, en mi caso podría hacer un club de "sobrepeso" Todos (amigos y familiares) consideramos divertido salir a comer y platicar... Además, justo las pastelerías, la comida italiana y los asados son los preferidos. Este artículo me hizo reflexionar que esa sensación de bienestar es la que me hace buscar comer... pero tal vez sería bueno buscar otras actividades para no compartir sólo la comida y el sobrepeso.